Anna Gavalda cómo conocer su mundo

LuJo
La escritora francesa más leída del mundo vive en una aldea al sur de París. Allí, en una casita rosa, sin tele, y junto a sus dos hijos y su perra Pepita, la autora de Juntos, nada más y El consuelo inventa sus deliciosas historias cotidianas.


Cuando lees a Anna Gavalda te da la sensación de que no le gustan las personas previsibles. En sus historias (La amaba; Juntos, nada más; El consuelo...), los personajes te arrastran hacia lo desconocido con pellizcos de sorpresa, ternura y humor. Pero a lomos de esa agridulce fragilidad te ayudan a descubrir tantas cosas... 
En cierta forma, así es el mundo que rodea a esta escritora francesa que ha vendido más de diez millones de ejemplares en casi 40 idiomas: imprevisible y lúcido.
La publicación de su nueva novela, La sal de la vida (Ed. Seix Barral), nos sirvió de excusa para pedirle que nos permitiera llamar a su puerta y así conocer un poquito más de cerca el ‘escondite’ donde hornea sus novelas. 
Corríamos el riesgo de decepcionar a sus lectores. ¿Qué esperarán? ¿Que la escritora viva en una casita 
al sur de París, con una fachada, por ejemplo, rosa? ¿Que no tenga tele ni periódicos, sólo unos pocos libros, un bonito jardín escondido y una perrita que sigue a su ama a todas partes?... Nada más cerca de la realidad.
Anna Gavalda sostiene que la cotidianidad es lo que le mantiene con los pies en la tierra. La village donde vive junto a sus dos hijos, Luí y Felicité, de 15 y 11 años, se llama Melún. “Estoy lejos de París porque creo que a los niños, hasta la adolescencia, les hace bien tener un poco de hierba alrededor. Vivir en pleno campo puede ser demasiado duro, pero me gusta la vida de provincias. Lo único que diferencia nuestra casa del resto de las del pueblo es que la fachada 
es rosa y que, desde la calle... ¡no te puedes imaginar la cantidad de caracoles que viven detrás!”, bromea.
Una historia de hermanos 
Acercarnos a su casa tiene más sentido precisamente ahora, que Gavalda publica su novela más personal. La sal de la vida es, según ella, “el feliz, tierno y ruidoso día de cuatro hermanos que se despiden de su infancia”. Un delicioso relato que escribió en 2001 y que ha permanecido sin publicar hasta que una lectora le pidió que “liberara” a los personajes. 
Esta vez, el amor no es el nexo común que lo destroza y reconstruye todo. La novela habla del fuerte vínculo que une a los hermanos, “uno de los más difíciles de lograr, pero el más sólido”. Un lazo que la autora conoce bien, porque los alegres hermanos de la historia podrían ser los suyos. “Cuando mis padres se separaron yo tenía 14 años y ellos 12, 10 
y 8. Fue como si me cayera el rol de madre de pronto... Pero con el tiempo te das cuenta de que, pase lo que pase con los padres, esa piña que crece entre nosotros es lo único que permanece. Y es insustituible. Creo que en este libro hay mucho de ese amor mutuo que nos tenemos”.
Pero, ¿se puede educar a unos hijos para que se quieran entre ellos? “Si hay algo que no se puede enseñar es el amor. Quizá se puede mostrar...”, dice. Y presume orgullosa de un SMS que le ha enviado su hija Felicité, que está fuera de vacaciones, y dice: “Bonsoir mama, je t’aime”. Una madraza.
Anna sonríe todo el tiempo, a carcajadas. Tiene una mirada azul luminosa y un andar pizpireto. Es elegante, delgadísima, francesísima y muy atractiva. Cuando habla, no para de gesticular y, a veces, en mitad de la conversación, se pierde en su mundo observando a alguien que ha captado su atención.
Al ver sus manos, fuertes, es fácil imaginarla en su coqueto despacho golpeando el teclado hasta las tantas de la mañana, con la música muy alta.
En la casa no hay tele. “Nunca he tenido. No leo periódicos y apenas escucho la radio, sólo el programa France Culture. Y es curioso, porque los halagos más poderosos que he recibido afirman que capto muy bien nuestros días. Así que he llegado a la conclusión de que es porque, en el tiempo libre que me deja no ver la tele, me fijo en cosas más profundas que saber qué ha pasado en el último capítulo de House”, bromea. Sus hijos no ponen pegas. “Tienen otras cosas para hacer... Además, si algo les gusta lo ven en el ordenador”.
La escritura de El consuelo le dejó tan exhausta que ha cambiado su rutina de trabajo. “Bebía mucho café, fumaba mucho, escribía de noche... Me he dado cuenta de que el cerebro trabaja mejor cuando está descansado y ahora he cogido un pequeño estudio al que me voy cuando dejo a los niños en el colegio. Aunque mi hija dice que lo he hecho para fumar 
a escondidas... (ríe). He escogido hacer un horario de asalariada que me dé una rutina y me ayude”. 
Entre las cosas que tiene pendientes está la traducción de una novela de Françoise Sagan –su segundo libro infantil, “que va sobre un niño listísimo que se enamora de la chica más torpe de la clase”– y su próxima historia, ambientada en el cierre de una fábrica.
A Gavalda todavía le sorprende que alguien meta su literatura en el saco de la chick lit. “Mis mujeres nunca hablan mal de los hombres, no se sientan una frente a la otra para decir que son todos iguales, ni van juntas de shopping, y lo último que les preocupa es si no quedan más Jimmy Choo. No es honesto hacerme este reproche”. ¿Puede ser porque te gustan los finales felices?, le preguntamos. “Antes de ser escritora, he sido lectora y me gustan los finales felices”. ¿Quizá porque la leen muchas mujeres? “Cuando te dicen esto es como un piropo envenenado, yo digo: ‘Sí, tengo ese privilegio’. Soy la nueva Juana de Arco”. 
Parece que lo que piensen quienes no la conocen le resbala bastante. Tiene claro qué cosas conforman 
la sal de su vida: “La cultura, la fraternidad, el campo, mi perro, el humor, la música, mis hijos, mis lectores...”. Y sus historias: “Quizá no soy una escritora extraordinaria, pero sé que hago una literatura popular capaz de transmitir, cuando quiere, un puñetazo en el estómago”. 

Religión
“La única que me tomo en serio o tengo consideración es la del conocimiento. La cultura es un anclaje para la vida”. 

Lo mejor de su vida
”La educación de mis hijos, que me envían SMS diciendo: ‘Mamá, te quiero’; la de mi perro, que puede ir a cualquier sitio sin correa, y la de mis lectores, una legión fiel. Algo bueno habré hecho en la vida para tener las tres cosas”. 

Pepita
“Desde que nací, en mi casa siempre ha habido un perro blanco y negro. Pepita es una gran compañera. Cuando escribo siempre se queda a mi lado...  Si no fuera 
por ella, hay días que no me daría ni el aire”. 

Solitaria
“Soy un poco salvaje. Como voy a mi bola, 
llevo una vida un poco ermitaña. Aunque siempre hay un montón de niños a mi alrededor, porque tengo muchos botes llenos de galletas, mis hijos tienen una habitación llena de Playmobils y vivo muy cerca de la escuela”. 

Geranios
“Me encantan. Creo que dan felicidad. Aunque sólo tengas uno en la ventana, transmiten una alegría muy especial”. 

Los libros
Apenas hay libros en su casa. De hecho, la estantería del salón ¡está pintada! “Hay una biblioteca extraordinaria cerca de casa y, como no tengo espacio, cuando leo un libro lo regalo. ¿Mis autores favoritos? Shakespeare, Tolstoi, Cervantes, Balzac...”. En la foto está leyendo  Un día en la vida de Iván Denisovich, de A. Solzhenitsyn, “la historia de un hombre que pudo soportar la vida en un gulag recordando un poema que aprendió de joven”.


La sal de la vida
¿Necesitas una vacuna que te alegre el día? Fúgate con los cuatro hermanos de La sal de la vida. Una dosis de escapismo, insensatez...  y risas que te harán volver  a tu inf ancia. La autora ha incluido guiños de antiguas novelas (personajes, canciones...) a sus lectores. ¡Búscalos!

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