La escritora chilena, nacida en Lima, está considerada como la escritora iberoamericana más popular, a juzgar por el elevado número de ventas de sus libros. El primero de ellos, La casa de los espíritus (1982) empezó como una carta manuscrita a su abuelo, lo que se refleja en su estilo que ha mantenido en obras como Paula (1992) y La suma de los días (2007), donde narra su historia y la de su familia en torno a la muerte de su hija Paula.

En ficción se distingue por su fantasía no exenta de humor y por sus protagonistas femeninas, siempre fuertes frente a las vicisitudes.

 Las críticos dicen que su obra es demasiado popular; un fenómeno comercial que hace “literatura femenina”. Allende no deja de tener el talento para escribir libros tan bien escritos y, sobre todo, para lograr ser un semejante fenómeno social; Objetable, pero fenómeno al fin.

Allende ha formulado una regla según la cual “todo adjetivo disminuye la literatura”. Hablar de literatura femenina sería como hablar de literatura afroamericana.
La expresión “literatura femenina” sí suele indicar, por acumulación de evidencias, una disminución de las expectativas de la literatura. Si Isabel Allende no lo piensa, lo siente; e inconscientemente lo prueba cada vez que sale de su claustro californiano y hace declaraciones a la prensa.

Tal vez si sólo hubiese publicado La casa de los espíritus y Paula hubiese sido mejor escritora.
La crítica contra Allende se debe, según Allende, a la injusticia de que las mujeres no sean consideradas como modelos de escritores. “Se supone –comentó– que la literatura es escrita siempre por un hombre, y blanco, generalmente de bigotes”. Según Allende, el famoso Boom latinoamericano (Rulfo, Cortázar, García Márquez, etc.) fue un club de “machos” que excluía a las mujeres.

Allende demuestra su dolor por no haber recogido de la crítica especializada el mismo éxito que obtuvo de los lectores consumidores de ese tipo de literatura donde ella es una experta. Tal vez debería darse por feliz con ese logro. Hay muchas mujeres, miles o millones, que ven en Allende un modelo de escritora sin necesidad de usar bigotes. El mercado y las editoriales no las marginan. Todo lo contrario.


Aunque Allende recurre a un feminismo lacrimógeno, el hecho es que la “literatura femenina” es todo lo opuesto a la “literatura feminista”. Sólo en el último siglo tuvimos muchas escritoras de la estatura de los Sarte o mayores que él (bastaría con citar a su compañera, Simone de Beauvoir, o a Virginia Woolf, Susan Sontag, Toni Morrison, etc.). Pero estas escritoras rara vez tuvieron el éxito de Isabel Allende o de J. K. Rowling.


El feminismo es una posición compleja y sofisticada. La literatura feminista no es una literatura fácil. Todo lo contrario. La literatura feminista no reproduce los valores del establishment sino que los cuestiona y los deconstruye. Por el contrario, la “literatura femenina” es un producto y un instrumento de los mismos valores patriarcales (y hasta de la misma cultura machista).
El feminismo es una de las mayores revoluciones de la historia, quizás la mayor revolución de nuestro tiempo. La literatura femenina, como todos los cánones de la “verdadera mujer” de Hollywood y de los medios de comunicación de todo el mundo, son funcionales al mercado, a la cultura y los valores masculinos. Sirven como catarsis y analgésico, como monologo y como válvula de escape de un orden masculino.





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