No parece admisible que pretendamos saber tantas cosas sobre el universo que nos rodea y que, sin embargo, no sepamos por qué tomamos una decisión en lugar de otra.

 ¿Existe una explicación razonable de por qué elegimos a una persona como nuestra pareja y no a otra? ¿Hay algún principio que sustente la decisión de participar en un juego de azar en lugar de hacerle caso omiso? ¿Por qué nos casamos? ¿Por qué seguimos en un trabajo que no nos gusta? ¿Ha llegado el momento de tener un hijo? ¿Contesto al último e-mail? 

Lo que estoy preguntando a los economistas y neurólogos es si existe una teoría de la toma de decisiones cotidianas que dé cuenta adecuadamente de nuestra conducta. Los economistas dijeron que sí hace ya tiempo, aplicando lo que ellos llaman la ‘teoría de juegos’.

Recientemente, también los neurólogos han confirmado que existe una explicación teórica de por qué elegimos lo que elegimos entre distintas alternativas, pero su teoría no coincide con la de los economistas.con la de los economistas. Es decir, los neurocientíficos han demostrado que la teoría de
los economistas no tiene validez. A raíz de este pequeño contratiempo, unos y otros decidieron, cuerdamente, formar un equipo multidisciplinar y, por fin, empezamos a saber por qué tomamos las
decisiones.


Yo diría que el descubrimiento más sorprendente ha sido detectar la importancia de los sentimientos innatos o del andamio emocional a la hora de decidir. Consideraciones sociales y no sólo individuales conectan directamente con el mecanismo cerebral del premio y la recompensa.

En la práctica, los que toman decisiones lo hacen de forma menos interesada y egoísta de lo que sugerían los economistas. El móvil individual y estratégico cuenta menos de lo que se sospechaba. ¿Será posible que la influencia de la moral innata o el espíritu de cooperación determinen gran parte de
nuestras decisiones? Hay que verlo para creerlo. Y para verlo, los primeros experimentos se efectuaron con el llamado

La toma de decisiones, según los neurólogos, es menos egoísta de lo que sugerían hasta ahora los economistas


‘juego del ultimátum’, un ejercicio muy sencillo entre dos personas. A una de ellas se le dan mil euros y se le exige que done una parte del dinero, la que sea, a su compañero de juego, pero con la advertencia de que si el otro jugador la rechaza por considerar injusto el reparto, los dos se quedarán sin dinero. Para los economistas –antes de dialogar con los neurólogos–, estaba claro que la búsqueda del propio interés induciría a aceptar cualquier oferta superior a cero. Unos pocos euros son mejor que nada.

 Los repetidos experimentos efectuados por los neurólogos, en cambio, han demostrado que cuando la oferta al compañero de juego es inferior al 20 por ciento, éste rompe la baraja y prefiere que nadie se quede con nada. El sentimiento de injusticia prevalece sobre el interés de quedarse con 200 euros. De ahí a sugerir que existe un programa moral innato no hay más que un paso que muchos científicos están ya dando.

«No somos tan bestias como parecemos», dicen esos científicos. Las emociones, y no sólo la razón, desempeñan un papel primordial en las decisiones morales. Por favor, que el lector se cuestione lo siguiente y en función de la respuesta le diré lo que le pasa. Imaginemos que entra en la estación un convoy a toda velocidad con riesgo de arrollar a cinco trabajadores en la vía.
 La única manera de evitarlo sería empujando a la muerte a un inocente para parar el tren. Moriría un inocente, pero se salvarían cinco vidas. Pues bien, salvo en el caso de viajeros con una lesión cerebral determinada, nadie o casi nadie opta por esa solución. ■

Excusas para no pensar - 
 EDUARDO PUNSET . XLSEMANAL 2 DE DICIEMBRE DE 2007

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